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La agricultura, un negocio: “como el que tiene un restaurante”, Magdalena Rull

  • Melanie Lupiáñez
  • 1 jun 2017
  • 2 Min. de lectura

Magdalena Rull es una treintañera enérgica, una persona que acompaña con gestos sus palabras así enfatiza y ejemplifica sus explicaciones. Ella es agricultora por tradición, dedicación y relevo. Estudió Ingeniería Química en la Universidad de Almería y al enfermar su padre tomó las riendas del negocio familiar. A día de hoy está satisfecha de dedicarse al campo.

Dice que la agricultura es como cualquier otro negocio, “como el que tiene un restaurante” en cuanto a responsabilidad, gestiones, trámites, etc. “No somos ya agricultores como lo eran nuestros padres. El agacharse, hacer su hoyo, así están todos lesionados de la espalda. Antes era más familiar recuerdo como mis primos venían a ayudarnos a sembrar, después nosotros les ayudábamos a ellos, ya ha cambiado todo”. Aunque depende del tamaño de la explotación, explica: “si tienes un trozo de invernadero pequeño casi todo lo vas a tener que hacer tú, porque si no ¿dónde está el negocio?”.

Rememora entre risas sus inicios en la agricultura, subirse al invernadero a lavar el blanqueo era un deporte de riesgo al que no le dedicó mucho tiempo, porque hay que tener materiales específicos como un rulo y “no puedes tener de todo, no te lo puedes permitir” y la goma tiraba mucho. También trató de llevar la contabilidad del negocio, pero cuando llegaba a casa después de la jornada de trabajo lo último que le apetecía era ponerse “delante del ordenador a ordenar los papeles”, así que lo dejó todo en manos de la asesoría donde trabaja su hermana. La consecuencia de intentar estar en todo es que “descuidas otras partes de las fincas, descuidas las plantas en sí. Porque más o menos tienes que entrar todos los días y ver”.

“Nuestro padres no eran así, ellos eran como hormigas no paraban ni un día”.

Rull se plantea la vida con filosofía y trata de conciliar el trabajo con la vida social por su experiencia personal. Aunque el primer año pagó la novatada y quería hacerlo todo pronto se las buscó para que el trabajo fuese más sencillo, si no le daba tiempo a subir las bandas encargaba a uno de los trabajadores que lo hiciera antes de irse.

Al preguntarle sobre la mujer en el campo, si siente algún tipo de rechazo por su género se ríe y cuenta como los mozos de la alhóndiga cuando ella va a descargar le echan una mano, mientras que su hermano se las tiene que arreglar sólo. También considera que necesita de un hombre en el campo porque hay tareas, como echar un punto de alambre, que no puede hacer. En palabras de Rull: “que me disculpen las feministas, no es por menospreciar, pero hay trabajos que no puedo hacer”.

Esta mujer morena y de ojos oscuros es observadora, ordenada, meticulosa y organizada, cualidades que la definen y comunes a los buenos agricultores.

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Melanie Lupiáñez Pérez
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